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Las celebraciones de la semana santa, que culminan con la Pascua de Resurrección. Esta festividad nos hace sentir alegres y esperanzados, nos prometemos no perder ese espíritu. Durante el período de los cincuenta días hasta Pentecostés, que será los primeros días de junio, continúa el período de la Pascua. Sin embargo los ánimos ya no son el mismo. Se va diluyendo ese entusiasmo que todos los años manifestamos en esa fecha. Se acabó la novedad. Parece que todo continúa como antes. Las promesas que nos hicimos, el deseo de producir algunos cambios en nuestra vida quedan en el olvido. Otra vez la rutina y la monotonía nos invaden y anulan las ganas de estar y vivir mejor.
DEL FERVOR A LA APATÍA
Realmente, es un regalo contar con algunos días festivos que nos saquen de hacer lo de siempre y nos lleven a reflexionar sobre nuestra vida e intentar modificar algunas conductas que sabemos nos agobian y enferman. En general, ponemos el acento de lo que nos pasa afuera: es culpa de mi jefe, de mi marido o esposa, del caos que se vive en la ciudad, de la inflación, de los políticos. Claro que mucho de esto puede ser cierto. Pero ante lo que vivimos ¿cuál es nuestra respuesta?
Todos tenemos obligaciones que cumplir: continuar con nuestro trabajo, estudiar, atender a la familia, organizar las tareas domésticas, etc... Son nuestras responsabilidades. Lo sabemos y queremos cumplirlas bien. Pero sentimos que las buenas intenciones que nos propusimos quedan archivadas y recaemos en lo mismo de siempre y nos justificamos diciendo que las cosas son así y poco podemos hacer para modificarlas. Ante esta respuesta que nos damos sentimos un “bajón” de las energías y cunde el desazón. Lo que sigue es pensar qué hacer.
Cuando la rutina nos carcome vemos lo que nos pasa como a través de un vidrio empañado, sin lucidez, opacado y caemos en el tedio y la monotonía que aparece cuando las cosas y las relaciones pierden su novedad. Obvio que la rutina tiene sus ventajas: nos ayuda a organizarnos, a terminar con lo que empezamos, a cumplir con las obligaciones. No es mala cuando lo que hacemos, aunque sea lo mismo, tiene siempre un brillo diferente, entonces lo conocido se colorea con el entusiasmo y una misma palabra, un mismo gesto, una misma acción repetidos cientos de veces, adquieren otro valor.
Ante la desilusión y el desánimo la sociedad de consumo sabe muy bien darnos soluciones: nos ofrece una infinidad de productos sumamente perecederos, muy bien publicitados que nos llaman la atención y nos hace pensar que poseerlos nos hará felices. No es cuestión de buscar novedades afuera, sino adentro. La lámpara del entusiasmo se mantiene encendida con el combustible que brota del interior.
A veces comenzamos nuevos proyectos. Está muy bien. Lo que no está bien es cuando ese proyecto excede nuestras reales posibilidades. Cuando se arma un nuevo proyecto se debe poner a disposición todos los medios necesarios para alcanzar la meta y como un elemento importante agregar la pasión por lo que se hace pero, también paz. Construimos en nuestra cabeza toda una ingeniería mental de lo que haremos. Después queremos ver los resultados. Si estos no están a la altura de lo previsto nos venimos abajo. La preocupación por los resultados es la raíz de innumerables daños. Es que los resultados dependen de muchos factores externos que no podemos manejar.
SACUDIR LA MODORRA Y DESPERTAR
A pesar del caos externo está en nuestras manos controlar, en alguna medida, el caos interno.
Siempre que estemos agobiados, cansados, angustiados tratemos de hacer una nueva y correcta evaluación de los hechos y veremos que estábamos preocupándonos de más, que las cosas no son siempre tan graves como las dibujamos en la mente, que los fracasos son buenos maestros. ¡Qué bien puede entender esto quien ha sufrido una verdadera tragedia, una muerte cercana no esperada, una enfermedad terminal y reconocen que superado el dolor se sienten otros y entienden que si las cosas tiene solución tratarán de encontrarla y si no aceptarán!
Estos golpes inesperados de la suerte nos hacen muchas veces despertar, tomar conciencia de nuestras posibilidades e imposibilidades. Las posibilidades para abordarlas y las otras para dejarlas de lado. Nos dan un toque de atención. Nos dicen que todo pasará, que aquí no queda nada que todo es transitorio. Despertar es entender y saber que las personas y las cosas son así y aceptarlas como son. Se requiere ejercitar la paciencia para rescatar el lado positivo de los acontecimientos.
Comprender no solo con el intelecto sino con el corazón de que se vive una vez y que este menú no se repite. Los años se nos pasan y no perdonan. Vivir es el arte de ser feliz y superar en parte, el sufrimiento al que todos estamos expuestos hace que conquistemos la tranquilidad de la mente, la serenidad de los nervios y la paz del alma. No soñemos con doblarle la mano a la ansiedad o en ganarle al sufrimiento a través de un trabajo superficial y esporádico. Necesitamos del esfuerzo y la dedicación en la práctica de hacernos más conscientes de lo que nos pasa, de cómo nos sentimos. Confiar en que vamos a poder mejorar.
VOLVAMOS A INTENTARLO
La etimología de las palabras puede ser de gran ayuda. Venimos hablando del tiempo pascual, de la resurrección de Jesús. La palabra resucitar viene del latín y significa: levantar, avivar, restablecer, renovar, dar nuevo ser a algo, volver a la vida una persona muerta. Es muy interesante. Podemos pensar que cada uno de nosotros podemos renovarnos, intentar hacernos de nuevo, levantarnos, dejar los trapos viejos que nos cuelgan por dentro, darnos una nueva oportunidad. Claro que con paciencia, constancia, esfuerzo, con retrocesos, teniendo el objetivo visible y revisándolo diariamente. Las fuerzas para intentarlo las tenemos, sino pensemos en las veces que de muchas situaciones penosas hemos salido airosos.
Podremos comenzar por reordenar nuestro programa de actividades e intentar reservar espacios libres para relajarnos aunque sea por un momento, en silencio, sin el celular, sin tanto ruido. Si decimos no tener tiempo sepamos que el uso del tiempo es una cuestión de preferencia y estas dependen de las prioridades que tenemos. Detenerse por un rato y luego concentrarnos en lo que hacemos, estar atentos a una cosa por vez. No absolutizar los sucesos más bien relativizarlos poniéndolos en su verdadera dimensión. Tomar conciencia de que todo es relativo y transitorio.
Volvamos a convencernos que la vida es un enorme privilegio y la existencia una fiesta. (-Por Lic. Cecilia Barone*-)