Ampliar
Ahora bien, si echas un vistazo a tu experiencia, seguramente recordarás distintas situaciones en las que la relación con alguien diferente a ti no ha sido fácil. Son situaciones en las que ha sido necesario más cuidado y atención para lograr cierto entendimiento, llegar a acuerdos o encontrar el modo de convivir con la discrepancia.
Hay conflicto cuando sentimos que nuestros pensamientos, sensibilidades, deseos, códigos o necesidades, además de no ser coincidentes, son difícilmente compatibles con los de otra persona. Aunque, en realidad, lo que es incompatible, no es tanto lo que pensamos o necesitamos, sino los modos de solventar estas necesidades o de situar nuestros valores. De tal modo que, con frecuencia, no se trata tanto de cambiar de pensamiento o necesidad, sino de transformar nuestras actuaciones o soluciones para que podamos convivir con nuestras diferencias. Y esto conlleva mucha creatividad.
Los conflictos son inherentes a las relaciones humanas. A veces, una mirada o una palabra bastan para acoger la discrepancia, colocarla en su sitio y recomponer la relación. Otras veces, en cambio, el atasco es mayor y se necesitan más palabras, más gestos, más paciencia, más juego de mediación para abrirlo y sacarlo a la luz sin dañar a la relación, es más, para darle un sentido dentro de la relación.
Existe conflicto, por ejemplo, cuando una niña quiere correr por el patio durante el recreo y un grupo de niños quieren jugar al fútbol. O cuando una profesora quiere integrar la coeducación en su materia, mientras que su compañera de Departamento considera que su función no es esa y ambas tienen que diseñar un plan de Departamento conjunto.
Volviendo a los ejemplos anteriores, lo que está en juego es la capacidad de relacionarse y encontrar los acuerdos necesarios, para compartir el patio o trabajar conjuntamente tratando de acoger las necesidades y los deseos de todas las personas implicadas.
A veces se intenta llegar rápidamente a un consenso para zanjar las dificultades, sin dar el tiempo suficiente para que el juego de la relación y la búsqueda de entendimiento puedan dar realmente sus frutos. Cuando esto pasa, es habitual que se alcance un falso consenso, que suele ser fruto de que una de las personas implicadas haya cedido, no por convencimiento, sino por puro cansancio, o por miedo a que el conflicto derive en una guerra. Otras veces, quien cede lo hace con la boca chica, en un “digo que sí, pero luego hago lo que me parece”, ¿o no es cierto que a la hora de la verdad cada cual enseña a su modo cuando cierra la puerta del aula? O, en el caso de la chica adolescente, ¿no puede pasar que ella diga que sí a todo lo que diga su madre pero luego intente hacer lo que le parece a escondidas de ésta?
En este sentido, muchos falsos consensos realmente no resuelven ningún conflicto ni favorecen la relación, sino que hacen que el conflicto se vaya agrandando y su afrontamiento se haga cada vez más difícil.
Conflicto y violencia son dos cosas diferentes, aunque se confundan con frecuencia. Hasta tal punto llega la confusión, que es muy común oír hablar de conflicto bélico, cuando las guerras son simplemente una expresión extrema de la violencia. La violencia no es un modo de resolver un conflicto; más bien todo lo contrario. Cuando se impone el lenguaje de la violencia, lo que se hace es negar el conflicto; se tapa el conflicto. Quien usa la violencia pretende negar al diferente; lo que busca es “ganar” o hacerse valer a costa del otro o de la otra, anulándolo, infravalorándolo.
La violencia, entendida de este modo, puede manifestarse de diferentes maneras: también con el silencio, con un gesto o con una sola palabra. En este sentido, está mucho más extendida de lo que se suele pensar. También hay violencia cuando nos callamos o nos autoanulamos por miedo al conflicto, ya que se trata de dar valor a una idea, deseo o necesidad a costa de la propia. (-Ministerio de Educación de España-)