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Comienza marzo, en general asociado a la terminación de las vacaciones y el inicio de las clases. Volvemos a organizar los horarios para retomar las tareas habituales en el trabajo y en la casa. Los chicos se quejan de tener que levantarse temprano y tener que volver a la escuela, los padres se sienten aliviados de saber que sus hijos estarán, al menos por unas horas, en el colegio y de disponer de más tiempo para sus actividades. Pero, en realidad ¿se valora este enorme privilegio de educarse de seguir apostando a la educación como garantía de crecimiento personal y social?
¿ES IMPORTANTE LA EDUCACIÓN?
Si se hace una encuesta y se pregunta sobre la importancia de la educación la gente responde que es muy importante, pero no hay acuerdo en torno del sacrificio y el esfuerzo que demanda educarse. Se piensa que es algo que se puede conseguir con solo desearlo, que basta recoger los frutos sin hacer el esfuerzo de sembrarlos previamente.
En este momento, la falta de convicción en el impacto que pueda tener la educación; la culpabilizarían a la escuela y a los profesores por todos los males de este mundo, que constituyen problemas relativamente nuevos en el escenario educativo.
La convicción acerca de las posibilidades de la educación fue una de las claves del éxito, en los períodos en que la educación estuvo asociada a la valoración de los maestros, lo que les daba la energía necesaria para estimar a todos sus alumnos, con independencia de sus orígenes y de su diversidad.
No se aprecia la educación, ni desde la política ni desde los hogares, a pesar de que se diga otra cosa. Y mucha culpa es de nosotros los adultos, que no entendemos ni enseñamos que el estudio implica renuncias y trabajo, no diversión y que la escuela no es el club ni un lugar de estacionamiento de los chicos.
Existen corrientes en la educación, con diferentes nombres, a las cuales muchos se adhieren por no reflexionar o por comodidad, que piensan a la educación como un tabú, un bozal que se le pone a los hijos y que frena sus deseos de libertad. Se cree que se debe restituir a los hijos su autonomía, que una concepción áridamente disciplinaria de la escuela les ha cortado transformándola en algo forzado que solo reprime la creatividad del niño y del joven.
Estas ideologías desconocen la función de la diferencia simbólica entre las generaciones y su rol esencial, jugado por los adultos en el proceso de formación.
EN LO POSIBLE SIN ESFUERZO
Hubo un tiempo, según lo manifiesta Marcel Gauchet en su libro “El hijo del deseo”, donde la educación tenía el papel de liberar al sujeto de la infancia, en cambio hoy se tiende a percibir la infancia como un tiempo al cual se debe ser eternamente fiel, una suerte de ideal de sí, puro e incontaminado de todos los condicionamientos sociales y culturales. No se trata de liberar al niño de la vida adulta, sino de liberar al niño de la vida de los adulto, porque la vida adulta es una falsificación moral de la vida.
Ningún tiempo como el de hoy ha exaltado la centralidad del niño en la vida familiar. Parece que toda la familia se pliega a las leyes caprichosas de los niños, que el rol de la educación es girar en torno de ellos y permitirles hacer todo lo que quieran sin que haya en lo posible límites. Por tanto, si les va mal en su rendimiento escolar no se debe a sus incumplimientos ni a sus errores.
¿No es esta la ley que rige muchas veces nuestra propia vida? ¿La ley del mercado no exige siempre la realización del máximo progreso en tiempos cada vez más breves y acelerados? Solo cuando la vida reconoce que no todo es posible nace el deseo como una posibilidad generativa de superación de la persona y de la sociedad. De otra manera el deseo se apaga sofocado por la marea montada por la satisfacción inmediata de la necesidad.
Una pedagogía que ve los límites que impone la educación como algo de lo que hay que liberarse, en realidad oculta que los verdaderos niños son los grandes que no quieren asumir la responsabilidad que significa formar la vida del hijo, darle pautas para que pueda ingresar al mundo exterior. Es por esto que muchos padres critican y hasta se enfrentan con los maestros que intentan disciplinar al hijo.
REVERTIR EL PROCESO DE DESEDUCACIÓN
Sin más dilaciones se debe poner a las nuevas generaciones en posesión de su herencia cultural. Los estamos dejando a los chicos a merced de los aparatos de entretenimiento, de banalización, que necesariamente tratan de simplificar las cosas. Y no les estamos mostrando que el ser humano ha sido capaz de crear otras grandes cosas con las que se ha ido enriqueciendo la humanidad. Estamos rehuyendo esa responsabilidad. Los dejamos a merced del mercado que ha visto en los jóvenes un objetivo impresionante.
El camino para salir de esta "sociedad de la inmediatez" es hacer retomar, en la familia y en la escuela, el valor del esfuerzo y el sacrificio. Es necesario fortalecer la voluntad que crece con su ejercicio continuado y cuando se va entrenando. Y eso sólo se logra venciendo en la lucha que —queramos o no— vamos librando de día en día.
Los padres deben alabar más el esfuerzo de los hijos y elogiar menos sus dotes intelectuales, pues lo primero produce estímulo, y lo segundo vanidad.
Es importante aprender desde el hacer, fomentar la creatividad. Pero para poder crear se necesitan las bases. Esa idea de que no hay que saber nada de teoría es una idea muy peligrosa. Porque no se les enseña, no se los estimula a los chicos a que se empeñen por aprender. Aprender es difícil. Cualquiera que aprendió algo lo sabe. Por supuesto que se logra con profesores interesados y con padres comprometidos. Pero requiere fundamentalmente un esfuerzo personal, y esa idea está en crisis en los chicos y en la sociedad en general.
Hoy en la sociedad imperan ciertas ideas, muy fortalecidas, que atentan contra la esencia de la educación: la fugacidad de todo y el igualitarismo.
La idea de la fugacidad -todo pasa y nada permanece- se refleja en que padres y alumnos se preguntan para qué aprender algo si es probable que en poco tiempo el conocimiento ya no será así. El saber se concibe como algo secundario, Solo con un cambio de actitud se puede revertir esta situación.
La idea de que todos somos iguales en la escuela es difícil de sostener, porque el maestro y el alumno no son iguales, desempeñan roles distintos. Con este criterio resulta muy difícil imponer nada, ni marcar límites al alumno.
Dando por descontado que, por supuesto, no existen padres perfectos, que no se equivoquen, que no son modelos infalibles, pero deben mostrar que existe un mundo más allá de los deseos infantiles. Que los hijos no pueden transformarse en caníbales de sus padres. Y que aún, y a pesar de todo y sobretodo, la educación nos salva de volver al mundo primitivo. (-Por Lic. Cecilia Barone-)